Naguib Mahfuz, La esposa deseada.

Naguib Mahfuz

El primer acierto de Naguib Mahfuz (1911- 2009) comienza con los títulos de sus obras: Festejos de boda, Palacio del deseo, Entre dos palacios, Ecos de Egipto, El Callejón de los milagros, Miramar, Amor bajo la lluvia, Voces de otro mundo, Tras la celosía, Café Karmak, etc. Frente a un título sugerente como La esposa deseada: ¿puede un viejo lector dejar la novela pasar?  Y si a eso añadimos el conocimiento de que se trata de una obra del gran premio Nóbel egipcio (1988), único Nóbel del mundo árabe… y si además continuamos la reflexión con que se trata de un escritor proveniente de los pueblos más antiguos de la historia de la humanidad, cuya sabiduría milenaria destilan todavía sus papiros… Entonces, claro, no nos queda otro camino  que tomar la novela en las manos y sentarnos a leer, saboreando de antemano el banquete.  

 

La narrativa de Naguib Mahfuz, reúne cualidades y características de lo que hoy  podríamos llamar novela ejemplar, por cuanto se atiene a las reglas propias del género para proyectar –parafraseando al escritor y crítico inglés Henry James-: vida. Esa vida en el mundo del arte en tanto mímesis de la realidad, capaz de transformarse en apología de la misma, para recrear y cuestionar desde allí al hombre y su circunstancia.

 

Deslumbra la pericia del narrador para introducirnos de lleno en la historia, para interesarnos a partir de las primeras frases en su asunto, sin esos preámbulos, sin esos devaneos pretenciosos y tediosos de la  novela actual, conducentes en su mayoría a la vacuidad interior de los personajes que circulan por sus páginas. Aquí estamos frente a un estilo que nos recuerda los cuentos de Las mil y una noche, por la sencillez y naturalidad con que la narración, cual telón cinematográfico, se abre ante los ojos del lector para mostrarnos el alma del acontecer y de sus personajes.

 

En una sola frase podemos resumir la anécdota: La esposa deseada cuenta la vida del hijo de una distinguida viuda del Cairo que no pudo casarse con la mujer amada.

Así de simple. Esa es la anécdota. El por qué, el porque no pudo casarse con ella, constituye el grueso de la trama. Y, no olvidemos,  la construcción premeditada de la trama transforma una narración en obra literaria. Esa es una de las características fundamentales del arte de la literatura, el orden y la disposición de los hechos a contar, unida a un lenguaje preciso, capaz de transportar la historia hacia esos laberintos donde es posible la cristalización del llamado goce estético. Llamamos arte, aquello que está previamente elaborado para producir un efecto, sin que podamos, por cierto, notar el artificio.

 

En La esposa deseada, Naguib Mahfuz  irá poco a poco entregando los pormenores de la vida de su personaje principal, partiendo por la plácida niñez de Izzat Abdul Baqi, como hijo único de la acaudalada y generosa viuda llamada Sitt Ain -“una mujer fuerte, bien parecida e interesante, convocada a los misterios de la vida que no tienen límites para sus posibilidades.”-  hasta verlo transformado en hombre y empresario de un club nocturno de El Cairo. “Izzat era un niño inquieto, egoísta y desobediente, un auténtico diablillo: arrancaba las flores, aplastaba a las hormigas y mataba a las ranas, y por las noches no se dormía si antes su madre no le contaba un cuento.”

 

El relato avanza morosamente, cerrando y abriendo nuevos núcleos narrativos para  ilustrar los acontecimientos y sentimientos más profundos vividos por los personajes. Particularmente, los del joven  Izzat Abdul Baqi, enamorado de la joven y bella vecina de barrio y compañera de clases: Baddriyya Al Munawishi, hija de una mujer que se ha casado cinco veces. Un amor imposible, por cierto, como tantos otros existentes en el mundo, en la historia anónima de la humanidad, y cuyo torrentoso raudal termina por agonizar, por la falta de carácter para conquistarlo, o bien por esas encrucijadas incomprensibles que el destino tiende a veces a los hombres, como nos plantea la trama de la novela, enhebrando una intriga perfectamente convincente y verosímil que no descansará hasta el final.

 

Podríamos señalar que estamos aquí frente a una gran novela de amor, sólo en tanto cuando éste es núcleo fundamental de la trama como deseo primario del macho por la hembra. Focalizado aquí en una situación donde el enamorado nunca se atrevió a hablar, a jugarse su destino en el momento preciso como su amigo Hamdún Agrima, y terminó casado con otra (Sayyida), por despecho o comodidad. Pero, poco a poco, comprendemos que más bien se trata de una novela del desamor, donde la soberbia y la vanidad humana se imponen con su mayor peso y poder, aniquilando vidas y emociones por doquier, proyectadas por una pluma experta para dejarlas tras el velo de las tinieblas, de aquello que no sé ve, que no se muestra abiertamente, pero se intuye como lo medular y omnipresente en la obra.

 

Mientras la vida de la viuda Sitt Ain transcurre apacible hasta el envejecimiento, aceptando cada uno de los golpes de la vida con una mansedumbre que denota la sabiduría de los pueblos más antiguos de la tierra, la vida de su amado hijo Izzat, oscila sin descanso entre el cielo y el infierno, movido por las fuerzas contradictorias que remecen  su espíritu rebelde y amorfo.   “La historia de Sitt Ain transcurre sin una sola palabra que la ofenda, y ésta es la prueba inconfundible de su pureza, de su honestidad y de sus múltiples virtudes.” “Su serenidad no brotaba de la indiferencia: ella, que no se separaba de la gente, sabía casi siempre donde se estaba el bien y dónde se ocultaba el mal. Como he dicho, confiaba en el triunfo del bien, pero no olvidaba a los que no confiaban en ella, consciente de que ante o después necesitarían su ayuda.”

 

La novela también nos introduce en el mítico espacio habitado por los personajes. Mítico para los lectores de  Occidente, por cierto, siempre ávidos por conocer los secretos y misterios del Oriente Medio, ocultos en una arquitectura milenaria y distinta a  la nuestra, como también tras la vestimenta original de sus habitantes. Así, paseamos por diferentes barrios de El Cairo, de la mano de los personajes, concretamente de Izzat, quien movido por el tedio, abandona su lugar de origen y se traslada a otro barrio de la ciudad, a pesar de que: “Su casa era la más bella del barrio. Desde afuera no se veía más que un muro de piedra, oscuro y deteriorado. En el centro había una puerta pesada, rematada por un cocodrilo disecado, y en el centro un martillo de cobre polvoriento en forma de puño. Cuando se abría la puerta, aparecía una casa magnífica, emblema de la riqueza y del rango. En la parte trasera había un  jardín en el que se mezclaban el perfume del jazmín, la henna y la fruta. En el centro había una fuente cuya pila de mármol esta protegida por una valla de madera desde que  Izzat empezó a dar los primeros pasos…”

 

El barrio de Husayn, descrito por la alcahueta y amiga de Sain como un lugar grato dentro de El Cairo, situado en el centro de la ciudad, especialmente animado por la noche durante el mes de Ramadán, y que, según nota del autor, debe su nombre  a la mezquita dedicada a Husayn, nieto de Mahoma. El barrio Rod El Farag, lugar donde Hamdún sueña montar un obra teatral, y lo consigue por intermedio del desafortunado Izzat. El barrio de Hadaid Shubra, donde Izzat alquila un departamento, después de dejar a su esposa y su casa materna, para vivir solo  como empresario teatral. También cabe mencionar el atalaya donde se encuentra el fumadero de Ramadán El Zini, lugar donde acude Izzat con frecuencia a olvidar sus desdichas. Dichos lugares sirven de escenario donde se mueven los personajes, y constituye también uno de los motivos importantes a destacar en la narrativa de Naguib Mahfuz. El espacio de origen como elemento trascendente en la vida de los hombres, haciendo eco de aquella máxima de Ortega y Gasset: yo soy yo y mi circunstancia.

 

Las obras literarias de Naguib Mahfuz condensan la densidad de la vida misma, con la descripción excepcional de sus múltiples facetas, y son como una lluvia balsámica para las almas. Por la forma y el fondo con que han sido escritas, la belleza del arte de la literatura se aprecia en toda su magnitud. Indudablemente, trasuntan una visión de mundo donde la moral y la búsqueda de un más allá, no están exentas.

 

Miguel de Loyola – Santiago de Chile – Octubre de 2009

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