1984, George Orwell.

Orwell en su novela 1984, se adelanta a los tiempos, denuncia los peligros del totalitarismo. Wiston, el protagonista, es prácticamente un androide, manejado por el poder central, tal y como lo requiere el sistema.

Orwell en su tiempo fue catalogado enemigo acérrimo del socialismo, considerado un fascista, incluso algunos hasta lo pintaban de nazi. Sin embargo, cuantas verdades anticiparon sus obras. Todo aquello que describe como inverosímil y monstruoso, sucedió y sigue sucediendo también en nuestro tiempo, aunque bajo otro carisma, bajo otro color, bajo otro tipo de dictaduras.

La suspicacia de Orwell para cuestionar y denunciar los instrumentos de poder no tiene límites, tal vez sea el escritor que con mayor fuerza y precisión acota, mediante el arte de la literatura, las prácticas de dominio ejercidas por los organismos de poder sobre las masas, y sobre los individuos. En 1984, vemos personificado el engendro en que deviene el hombre, tras la sujeción de sus instintos y de su intelecto.

Ironiza como ningún otro escritor lo ha hecho, nominando, por ejemplo, a quienes están a cargo de dominar los pensamientos de los individuos, como policías del pensamiento. Una entidad que está al servicio de la hermandad, o del gran hermano, como llama a quien, es de suponer, tiene el poder en su puño, y a quien se le debe total y absoluta obediencia. Tal y como sucede con las tiranías.

La neolengua es otra de las expresiones que destacan como ideas visionarias de un escritor dotado de una imaginación que se adelanta a los tiempos. Hoy, en nuestros días, es sorprendente advertir esta tendencia a imponer una neolengua que exprese los intereses de quienes están detrás del poder, especialmente las corrientes llamadas progresistas. Hemos visto la articulación de lenguajes cuya intención es someter a los individuos a una unidad de masa común, inmovilizada por conceptos incuestionables pero que nadie cumple. En la novela 1984, hay un organismo encargado de reducir el lenguaje al menor número de conceptos posibles, delimitando así la infinita imaginación lingüística. Por ejemplo, para eliminar la palabra malo, bastaría decir “no bueno”.

La grandeza de la literatura, de la obra literaria que llamamos arte, radica en estar siempre por encima de la cuestión ideológica. Algo incomprensible para quienes viven sujetos a ellas. Por eso la literatura supera los siglos, perdura en el tiempo. Va más allá de cualquier intento de apropiación de lo que llamamos mundo. 

Leer a Orwel es viajara al futuro. 

 

 

Miguel de Loyola – Santiago de Chile – Abril del 2018.

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