Saramago: Caín

José Saramago recrea en su novela Caín, un conocido y controvertido episodio del Antiguo Testamento. La historia de Caín y Abel, del hermano asesino de su hermano, envidioso de no ser el elegido de dios, sino Abel, el pastor de ovejas. A través de su ironía característica, Saramago enfrentará al protagonista de la novela con los designios del dios todopoderoso judeocristiano, enjuiciando cada una de sus intenciones,  y culpándolo a él de los mayores males del mundo.

 

Sorprende, desde luego, el ingenio narrativo de Saramago para otorgar nueva vida y nueva lectura a este clásico episodio bíblico, y sorprende todavía más el tratamiento del tema, sin caer en la facilidad de la caricatura de los personajes y las situaciones descritas, como suele sucederle a muchos narradores de menor categoría, perdiendo la fuerza y la credibilidad que el juego de la ficción necesita para mantenerlos vivos en el relato. Este Caín de Saramago, irreverente como ningún otro hombre ante los designios del todopoderoso, se planta en la novela como un ser posible y convincente, encarnando la postura filosófica del hombre moderno, desde luego, capaz de cuestionar las intenciones divinas y de enfrentar a dios sin aquel temor característico del medioevo, cuando el hombre vivía sometido bajo su yugo.

 

Caín, condenado y marcado por dios a vagar por el mundo por causa de su crimen, será testigo de muchos otros momentos bíblicos de importancia. Cruzando las fronteras del tiempo montado en un asno con esa naturalidad propia de la ficción para viajar en el misterio del presente-pasado-futuro.  Así, Caín asistirá al momento en que Abrahan se apresta a matar a su hijo Isaac por orden divina, al desorden de lenguas provocado por dios en la torre de Babel, al asalto de la ciudad de Jericó por Josué instigado por dios, al fin de Sodoma y Gomorra, etc. Todos momentos de gran importancia histórica, y a los cuales Caín asiste con la mirada del hombre sorprendido ante los crímenes y la manifiesta impiedad divina, capaz de derramar tales males sobre sus propias criaturas, sin sentirse afligido por la suerte de las mismas, haciendo pagar con sus vidas a los justos, lo mismo que a los pecadores.

 

La prosa y el oficio de Saramago consiguen insuflar vida a personajes y situaciones controvertidas como éstas, donde siempre caben nuevas interpretaciones, y donde el conocido aforismo nietzscheano se hace patente. No hay hechos, hay interpretaciones.  Saramago ofrece una de las posibles, desde una perspectiva crítica, como ocurre en la mayoría de sus obras; dejando, por cierto, plena libertad al lector para que interprete y juzgue a su vez por sí mismo.

 

No hay duda que el cierre de la novela, responde a las teorías estéticas que ha venido generando el posmodernismo, en plena vigencia en la época histórica vivida por Saramago. Este Caín capaz de cambiar el curso de la historia humana, sin duda, representa al hombre posmoderno, aquel que viene a poner fin a los grandes relatos, como explica y previene sentido y estética de la posmodernidad Jean- Francois Lyotard en su libro La posmodernidad explicada a los niños.

 

Miguel de Loyola – Santiago de Chile – Mayo 2010

Un comentario en “Saramago: Caín

  1. Me parece muy bueno el artículo. Leí «Caín», después de conocer «El Evangelio según Jesucristo», novela que encontré extraordinaria. Me llama profundamente la atención lo que pasa con Saramago, por lo menos en estos dos libros citados: él es ateo, pero se da todo el tiempo del mundo para conocer «al dedillo» lo que ocurre con Dios y Jesucristo. Es muy extraño, pareciera ser que le pide cuentas a quien no logra aprehender, de quien no logra tener certeza, pero lo busca sin embargo, como si necesitara que existiese o la convicción de su existencia; es un místico «al revés». Un ateo verdaderamente sin Dios, no busca lo que no hay, no vale la pena. Pero el Dios inexistente de Saramago existe de algún modo, o por lo menos se reclama su oscuridad, el estar tras el velo que no podemos descorrer. Gracias, Miguel de Loyola, por tu escrito, que incita al diálogo profundo. Un viejo saludo.

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